25 de mayo de 2013

Ningún otro jueves


 


 

Hoy es jueves. Estamos casi todos en casa de Ani.  Algunos están en el balcón, fumando. Otros estamos en el living en silencio. Ella me pide que la acompañe al baño. Quiere que charlemos solas. Me siento en el borde de la bañadera  mientras le hablo de un hombre que conocí. Le digo: ¨ te extraño ¨.   Sin darme cuenta de que esa es nuestra última charla. Salimos del baño y volvemos a reunirnos  para compartir la cena.  Empanadas o pizza.  Juntemos la plata ahora. Ani está débil. Mejor sanguchitos de lomo. Nos aburren las empanadas. Tiene los ojos cansados y por momentos la mirada perdida. Intenta comer un poco. Le pide ayuda a Santiago. A él le tiembla el pulso, tiene miedo. Como todos, tiene miedo. Hablamos de pavadas. Ani se duerme.  La miro. Está sentada en el sillón. Frágil. Parece imposible pensar que se está muriendo. Nadie quiere aceptarlo. Y yo busco excusas para no pensar.

Hace más de un año que nos conocemos. Nos vimos unas pocas veces en el taller de la biblioteca. Leíamos, criticábamos, nos reíamos de las sugerencias del escritor.  Al salir del taller nos reuníamos a comer algo todos juntos. Me acuerdo que una de esas tardes al salir de la biblioteca, en la avenida Las Heras, le dije que me conmovía su enfermedad.  Pero su muerte era imposible de dibujar, tal vez para mí que pensaba que la cura era una posibilidad.

Ani abre los ojos y escucha. Dice: ¿me dormí? Sí, un poco. Son los remedios. La morfina la duerme. La hace delirar. Ani nos cuenta que atendiendo a una paciente se le escapó una frase ¨ Las tortugas están nadando en el comedor ¨. Es  psicóloga y para salir del paso le habla a su paciente de metáforas.

Es hora de hacer el café. Laura se ofrece. Trae una bandeja con tazas de distintos colores y tamaños. En la mesa hay muchas cosas. Laura apoya la bandeja y se escucha un ruido. Las tazas se esparcen por el piso. Una se rompe. Algunos nos reímos de nervios. Laura busca algo para limpiar. Las manos le tiemblan. 

Le tomé la mano a Ani en el hospital.  Hace un año. Ella me sonrió. Su hermano estaba al lado de la cama. Preocupado. Ani tenía fiebre. Estaba pálida.  Me quedé un rato a acompañarla. No quería molestar. Le expliqué que volvería al día siguiente. Le di un beso.

Es domingo. Anochece  y  llego a casa. Hay un mensaje en el contestador. Es de María. Dice que la llame. Atiende el novio y me dice: se fue al velorio.  Me desplomo en el piso. Y vuelvo a levantar el tubo. Llamo a mi vieja y le digo: se murió Ani y la voz se quiebra. Le corto enseguida y salgo corriendo.  Tomo un taxi y no puedo hablar. Sólo miro por la ventana en silencio.  

El jueves anterior a su muerte nos íbamos a juntar en su casa. Como siempre desde que Ani no podía moverse. Yo estaba cansada pero tenía miedo de que sea la última vez. Me angustiaba pensar en no volver a verla. Toqué el  timbre y me respondió una voz, ¨ya bajamos¨. Pasaron varios  minutos y nadie bajó. Guardé las manos en los bolsillos de la campera. Tenía frío. Toqué el timbre otra vez y Laura me dijo: ¨ ya bajamos¨.  Está todo mal, pensé.  En el ascensor estaban Santiago, María y Laura.  Fuimos a comer a un bodegón a unas cuadras.  María nos contó de una fiesta a la que había ido. Nos reímos. El vino  nos ayudaba.  Nos despedimos y caminé con Laura unas cuadras. Fuimos hasta Acoyte a tomar un taxi.  

Me bajo del taxi y camino al velatorio. Subo las escaleras y  encuentro a María. La abrazo. ¿Dónde están los demás? Están en una sala, juntos. Los saludo uno por uno. Pregunto por los que no están. Algunos estuvieron más temprano. Otros todavía no lo saben. Cruzo el pasillo y busco al hermano. Le doy un abrazo fuerte. Todavía no puedo mirarla. Vuelvo con los demás y me quedo en silencio. Le pido ayuda a María y me acompaña. Estamos las dos rodeando a Ani. Necesito despedirla. La miro y siento ganas de llorar pero todavía no puedo.  No puedo creerlo. María le da un beso en la frente y yo le rozo  la mano. Tengo frío.  Vuelvo con los demás. Charlamos. Nos vamos pero yo quiero volver mañana. Los demás dicen que no pueden. Yo siento la necesidad de verla una vez más.
 
 
Es de mañana. Estoy de nuevo en el velatorio.  Un señor con una valija entra a la sala y dice que ya es hora. Todos nos paramos y la despedimos. Guardo las manos en los bolsillos  de la campera.  Lloro. Hay una tía de Ani. Ella me abraza y me dice que pude acompañarla siempre. Sus palabras me contienen. Pero sigo llorando. Aprieto los puños dentro de los bolsillos. Necesito fuerzas. Hace frío.  La tía me pregunta si quiero ir al cementerio. Los acompaño en el auto. Otra vez en silencio. Llegamos. Me bajo del auto mientras espero. El viento nos rodea.  Parece que es más fuerte ahí. Siento que no voy a poder volver a este lugar. Cuando me estoy yendo, sola, me encuentro con Santiago. Vamos a tomar un café con medias lunas. Santiago dice: esa no es Ani. Ella está por todos lados si lo pienso. Y tiene razón. Está en mi casa. Entre nosotros.  Están  sus palabras guardadas en cada uno de sus cuentos. La  veo bordeando la calle con las medias rayadas que cautivaron al escritor de la biblioteca.
 
Septiembre de 2005
 
Este es un texto que escribí hace mucho tiempo tratando de decirle adiós a una amiga que falleció muy joven. Tratando de entender la pérdida, el dolor, mi propia fragilidad.  Nunca pensé en publicarlo pero aunque es un texto fuerte y triste porque cada momento escrito es de verdad, pienso que es una manera de que Ani (o Dani) siga estando viva. Entre nosotros. Escribiendo, leyendo, tomando vino, escuchando buena música, cautivándonos a todos con sus medias rayadas...