28 de enero de 2011

El regreso

Día 14:
En el día 13 de las vacaciones, y como no podía ser de otra manera, se me acabó el gas. Y fue justo cuando me estaba bañando... Total que me tuve que bañar con agua fría... Tampoco fue tan terrible y no me hice demasiado problema. La idea era cambiar una garrafa por otra. La de repuesto no estaba llena, sino que tenía como un cuarto. Pero cuando fui a hacer todo el procedimiento.... se puso complicado. Metí la mano por el hueco que hay entre el techo de la casilla y la puerta y probé de cerrar la rosca. Pude. Pero después no pude pasar la manguera para la otra. Subí a buscar las llaves del candado. Traje el llavero correspondiente. Pero ninguna de las llaves era la correcta. Volví a subir y encontré dos llaves sueltas (era un candado nuevo, el anterior se había oxidado). Al final pude abrir el candado pero ni caso con la manguera. Fui hasta la casa del encargado. Pero no estaba.
Estaba todo nublado y parecía que se iba a largar a llover. Yo justo había pensado volver al Havanna a usar el wi fii para escribir en el blog y tomar la merienda. Y estaba ahí viendo qué hacer.... y al final me decidí y me fui rápido. En tal caso si llovía me podía tomar un taxi. Además ya tenía que ver de sacar plata del cajero y reservar el taxi para el día de hoy. Eso fue lo que hice.
Hoy me toca regresar. Arranco desde temprano con los últimos preparativos para cerrar el departamento. Hago una lista. Es que dejar cerrado el departamento por todo el año es mucho, como también la responsabilidad de no olvidarte nada. El tiempo no pasó volando, sobre todo cuando ya no tenía nada más para hacer. Estoy un poco asqueada y prefiero no almorzar. El micro sale a las 15.30 horas. Ayer le pedí al taxi que me trajo si me podía venir a buscar a las 14.30hs. Me dice que sí y le pido un teléfono por las dudas.
Es la 1 y espero a que pase el tiempo leyendo un nuevo libro que me regaló una amiga (la de Mar del Plata) para mi cumpleaños. Es de Manuel Puig y se llama ¨ Cae la noche tropical¨.
A las 14 horas ya voy cerrando todo. Empiezo a bajar la valija. Por Dios hay de todo en esa valija... todo lo que traje más lo que tengo que llevar de acá que está sucio, como las sábanas, las toallas. UF!!! Le tengo que abrir el fuelle. Está a tope la pobre. Pobre de mí que la tengo que bajar por la escalera. Además en la mochila llevo la computadora. Y en alguna mano la bolsa con los alfajores. Completo viene el asunto. Bueno, bajo todo y me siento a esperar en la entrada del edificio. Ya me quiero ir. Es que no estoy ni acá ni allá. Espero. Son las dos y veinte. No sé si llamar al taxista o confiar en que se acuerde. Y pienso que por ahí le sale otra cosa y como el viaje mío son apenas diez pesos no creo que quiera venir para acá. Espero. Viene una señora y me pregunta si alquilo porque está buscando para alquilar. Está un poco perdida. Le explico donde estamos. Sigue buscando. Yo sigo esperando. Ya pasaron diez minutos del horario y entonces busco la tarjeta y lo llamo. Y no, no puede, está con otro viaje, pero dice que me manda a otra persona. Espero. Y ¿si no viene?
Pero al final viene. Menos mal. Ya le digo que estaba a punto de llamar a otro taxi, que llegó justo a tiempo. Voy a abrir la puerta del asiento de atrás pero no abre y me dice que me siente adelante. Bueno... Y me pregunta si la pasé bien, que con quien vine, que de qué trabajo. Y cuando le digo que soy maestra jardinera me dice (lo que todos dicen) ayyyy que lindo.... y agrega ¨ya me parecía... ¨ Y yo le pregunto si tengo cara de buena, y me dice... que la voz es de buena. Le digo que si no venía ya no iba a tener voz de buena... y justo llama el compañero, el que me dejó plantada, porque si yo no llamaba no había pensado antes en mandarme a alguien, me hubiera quedado esperando y esperando.
Llego a la terminal. Son las 15 horas. Tengo media hora o menos. Y bueh... creo que acá es cuando me olvido de procurarme el alimento. Algunas galletitas o ¨sanguchitos¨ de miga. Ni bien llega el micro me subo. La otra vez cuando vine habían repartido unos paquetes con galletitas y golosinas y una botella de agua. Estoy esperando ver qué hay en el paquete porque ni bien arranca, y cuando creo se me pasan los nervios, me viene el hambre. En el paquete no hay tantas cosas ricas como hubo en el primero, pero de a poco y no tanto, me voy comiendo todo. Todo tiene forma de miniatura: unos roklets, mani salado, un rollo de dulce leche y chocolate blanco, una barra de cereal (tamaño normal) y un paquete de grisines.
A todo esto esta vez pedí un asiento individual, pero al lado mío en los asientos dobles, se sienta una pareja un tanto especial. Cada uno acá puede sacar sus propias conclusiones...ÉL considerablemente mayor que ella... Todo el viaje de lo más melosos...
El viaje creo que fue el más largo, aunque llegamos media hora antes de lo previsto.
Esto fue todo... Gracias por estar del otro lado...
Hasta la próxima!!

26 de enero de 2011

Deportes

Día 12:

A la tarde vuelta otra vez a caminar hasta el muelle. A la mañana mucho calor. Me enteré que en Buenos Aires la sensación térmica llegó hasta los 44 grados. Un infierno debe haber sido.
Tengo el viento en mi contra pero así y todo camino. Bueno y acá hay que decir también que todos los deportistas estaban en mi contra. Los que juegan al futbol y usan toda la playa como cancha y que nunca te ven, o si te ven se hacen los boludos y te pasan por encima. Y quizá a alguno se le escape ¨ perdón pipi¨. O los que juegan a la paleta y pan pin pan la pelota va de de un lado hacia el otro. A algunos se les cae y gentilmente me agacho a alcanzarla… a veces cuando se va medio lejos, confieso que me hago la sonsa. Otros que juegan a la paleta pero tirando la pelota para donde pega el viento y como que tenía un efecto bumerang. Parecía que me iba a dar en el medio del marote pero no. O los adolescentes que juegan a tirarse bombas de arena y se mueren de risa, se ve que lo están pasando de lo mejor. Pero justo a mí se me ocurre pasar por ahí, por suerte no me llega ni una bomba. O el perro que sale del agua con la pelota entre los dientes.
Hoy descubrí que hay un nuevo ¨deporte¨. No sé cómo se llamará. Pero es una tabla como la de surf, en sí es un poco más redonda y ovalada. Es lisa por ambos lados. Y bueno, parece que lo divertido es jugar en la orilla, como a patinar arriba del agua. A uno le sale bien, otro se cae al suelo, a otro la ola le queda corta.
Llego al muelle después de 40 minutos… es el viento que viene en contra. Porque al regresar lo hago en la mitad del tiempo. Y volviendo escucho a lo lejos que alguien está gritando ¨señora, señora¨ y yo la verdad que ni pío, ni me doy vuelta. Pero al tercer llamado ya veo la pelota. Y me detengo. Le tiro un pase. Y le digo algo en relación a la especificidad del término señora que no se aplica a mi caso. El muchacho solo se disculpa diciendo que no ve de lejos. Excusas.

25 de enero de 2011

De todo un mucho

Día 11:

En la mañana voy a la playa. Estoy tratando de levantarme temprano. Para estar de vacaciones las nueve y media, sí que es temprano. Pero para estar en la playa es un poco tarde. Porque entre que desayuno y me preparo para salir tardo como una hora y termino llegando a la playa alrededor de las 11 que es cuando empieza a hacerte mal el sol. Pero por más que trato de apurarme me sale así…
Otra cosa de la playa es dónde poner la sombrilla. En general trato de buscar un lugar que esté alejado de las otras sombrillas, alejado de las otras personas. Qué se yo, uno quiere buscar un poco de intimidad aunque sea… Pero no es posible. No sé por qué y habiendo tanta, pero tanta playa siempre termino rodeada de otros. A muy poca distancia eligen un lugar. Si pienso en las playas de Mar del Plata (las del centro) entiendo que no hay quizá otra opción. Y que cuando se hace un espacio hay que aprovecharlo con lo que tengas a mano. Si trajiste sillas, abrirlas. Si trajiste lona, desplegala. Y así marcas tu territorio. Pero acá en las playas del sur de Villa Gesell no le veo el sentido a estar todos amuchados. Trato de pensarlo de otra manera, y digo ¨bueno, quizá la gente no quiera estar sola¨, ¨ o les hace bien estar todos muy juntitos¨. Pero siempre me pasa que ni bien termino de poner la sombrilla y cuando me dispongo a disfrutar de mi espacio, alguien más se acerca y en las inmediateces ¨comparte¨ todo lo que hago, y me obliga a mí también a escuchar de qué hablan, a observarlos.
Y así estaba yo disfrutando de mi momento de ¨soledad¨, en mi espacio, cuando se acerca un hombre de unos 45 años más o menos, con dos nenes muy chiquitos. Uno podría tener dos y el otro tres años. Eligen, para variar, ubicarse ahí a metros de mi sombrilla. Y ahí me quedo observando… Mientras que el hombre hacía intentos para poner la sombrilla… cavó un pozo con una paleta de madera, uno de los nenes, el más chiquito, se empezó a alejar. Buscando un caracol en la arena, caminando nomás… yo veía como se iba alejando. El padre de espaldas no lo había visto irse. Yo me estaba empezando a poner nerviosa y seguía con la mirada al chiquito por si se iba lejos y no encontraba dónde estaban los demás. Pero así como se fue, en un instante se dio vuelta y volvió a donde estaba su papá y su hermano. Ya instalados debajo de la sombra, el papá los untó en protector solar. Y los nenes salieron corriendo hacia el agua. El papá se quedó debajo de la sombrilla. Y otra vez, me puse a mirar a dónde estaban los nenes. Al ratito se estaba encremando él también. Los nenes volvieron a la sombrilla y buscaron el barrenador. Los tres se fueron al agua. Me dediqué a leer. ¨La flor púrpura¨ se llama, la autora es nigeriana (Chimamanda Ngozi Adichie). En la tapa el anuncio de lo que vendrá ¨ el despertar de una adolescente nigeriana en un mundo marcado por la intolerancia religiosa y familiar¨. Lo había empezado a leer en Buenos Aires, pero en algún momento lo perdí en un cajón. Me acordé recién antes de preparar la valija. Así que lo retomé acá mientras que ¨descansaba¨ de otro de cuentos de Milán Kundera (El libro de los amores ridículos). La flor púrpura me atrapó y ya estaba casi llegando al final cuando el padre pasa corriendo por delante de mi sombrilla con el nene más chiquito, lo envuelve en la toalla. Mientras, yo pensaba en el otro nene, dónde estaba. Lo deja solo y se vuelve al agua. Después de un rato vuelven todos. Y ahora los escucho hablar: molto bene, alto in piedi, y otras frases más elaboradas. Apapapa…. Entonces no estaban diciendo sólo algunas palabritas en italiano, como las podría decir yo, sino que eran los tres italianos. Y ahí se me vino la pregunta… ¿Qué es lo que estaban haciendo acá? ¿Y a dónde estaba la mamá? ¿Había mamá? Los nenes eran muy chiquitos para que no haya mamá. Otra vez se fueron todos al agua. Y luego de un rato llegó la mamá. Había mamá.
Por la tarde, después del mediodía donde todavía no me dan ganas de pisar la playa, aprovecho para llevar unas sábanas al lavadero. Ya me quedan pocos días, y dentro de poco tengo que empezar a limpiar. Hay que cerrar el departamento y no me tengo que olvidar de nada. Limpiar los vidrios, limpiar los muebles (por suerte es de un solo ambiente). Cerrar todas las llaves: la del gas, del agua (fría y caliente), la de la luz, la de la puerta. Poner una tapa de madera para la ventana de la cocina con unos tornillos. Espero poder. Ah! Y cerrar el gas de la garrafa. Esa es otra, que estoy rezando para que justo no se acabe ahora que ya me queda poco.
Después, sí vuelvo a la playa. Como hay viento llevo la sombrilla y me quedo absorta en el libro. Hace mucho tiempo que no estoy así tan conectada con la lectura. Como mi sobrino que estaba terminando de leer Harry Potter y las reliquias de la muerte, y era increíble verlo leyendo, enfrascado, metido en ese mundo tan imaginario. Al lado podíamos hablar, hacer ruido, que él no nos percibía. ¡Qué lindo es estar así! ¡Qué lindo es estar de vacaciones!
Como ya es demasiado llevarme el mate a la playa, piensen que llevo un bolso, una reposera y la sombrilla. Probé un día de llevar el termo y todo el kit, pero fue too much! Entonces me preparo para tomar el matecito en el balcón. Me armo una mesa. Me hago tostadas con queso blanco y bueno… un poquito de dulce de leche, que había quedado. Hay que terminarlo… Vuelvo con el libro y finalmente lo termino.
En la noche me voy al centro. Hasta ahora no fui muchas veces. Me quedaba en el departamento viendo una película en la computadora. Pero no tengo ganas de hacer todo el tiempo lo mismo. Así que me baño, me pongo un vestido y salgo. Por suerte no hace frío, así que me llevo un saco liviano que lo doblo y guardo en la cartera. La parada del colectivo está a dos cuadras. Cuando voy por la segunda, veo el colectivo en la esquina. Pienso que no vale la pena correr porque de todas maneras no voy a llegar. Pero da la casualidad que el colectivo no se va tan rápido. Yo voy por la mitad de cuadra. En realidad, son como tres cuadras. Porque hay una calle bis en medio. Decido no correr. ¡¡Estoy de vacaciones!! Y espero al próximo. Estoy a dos cuadras del fin del recorrido. Así que tengo garantizado viajar sentada. Enseguida viene el próximo y me subo.
En el centro camino un poco. Me tomo un heladito en el ¨El piave¨. No te podes ir de Villa Gesell sin pasar por la heladería. Todavía no cené pero no sé si voy a hacerlo. Y así caminando me acuerdo que hay un bar literario y hacia allá voy. Y hay musiquita para escuchar en vivo. Por un lado en un salón cerrado. Y por el otro en el patio. Entro al patio. Está por terminar un grupo. Me busco una mesita y me siento a escuchar. Suenan bien pero no me gustan tanto las letras de las canciones. De todas maneras ya es lindo estar acá. El programa dice que después va a cantar un tal Pedro que hace canciones de Sabina, Silvio, Serrat y otras de su propia autoría. Suena interesante. Me quedo. Le pido a la moza una cerveza artesanal y dos empanadas de jamón y queso. La cerveza llega al toque pero las empanadas tardan un montón. No me quiero emborrachar (tengo el estómago vacío). Se acerca la moza y me dice ¨ya salen¨, ¨ ¿Eran de jamón y queso?¨. Deduzco que se olvidó, que no las pidió. Y tardan un rato más. Se empieza a llenar de gente y la moza me pregunta si me importaría compartir la mesa. Le digo que no. Vienen tres chicas y se sientan. Hablan. Cuando empieza el nuevo recital, no dejan de hablar. Escuchan pero cuando piden algo lo hacen hablando fuerte. Está por terminar el recital. Las chicas ya se fueron. El show es a la gorra, pero en realidad es más bien al sobre. Colaboro y después de dejar mi mail y un haiku en la libreta de Pedro. Por ahí si viene a la capital estaría bueno escucharlo. Es de Rosario. Me levanto y me voy. Es la 1 y media de la mañana. Y ya es hora de volver. Fue un día largo y se me pasó volando.

23 de enero de 2011

Avistajes

Día 9

Tarde de viento en la playa y muchas ganas de salir a caminar. Me preparé una mochila pequeña con apenas un abrigo por si después hace mucho frío y algunas pavadas más. El objetivo era llegar hasta el muelle. Desde donde yo estoy son unas veinte cuadras de ida… buen ejercicio para empezar a eliminar todas las cosas ricas que estuve saboreando desde que llegué. Pero además un momento para pensar, para observar, para disfrutar.
A la vuelta del muelle veo que la gente está mirando hacia el mar. Me detengo a mirar mientras que pienso si será que alguien se está ahogando o si hay algún tipo de bicho… unas toninas como esta mañana había… dos muy cerca de la orilla. Pero no, es un muchacho con su tabla de surf que se sujeta a un parapente. Da vueltas en círculo entre las olas y cuando no lo esperaba, pega un salto y vuela…. Liviano…. Se escucha un oooooohhhh de la multitud y yo también me sonrío. Otra vez las vueltas en círculo tomando, creo, velocidad y en el mismo lugar el salto, pero esta vez cuando cae choca contra el agua y luego vuelve a incorporarse como si nada.
 
Continúo el camino y pienso qué lindo que es volar….

Sabores nuevos

 

Día 8
Siempre dije: ¨a mí no me gusta el pescado, ni nada que tenga que ver con lo marítimo¨. No he probado todo lo marítimo para saber que no me gusta. Es cuestión de olores y cuestiones mentales. Ya en Mar del Plata me le animo a dos rabas. No les siento un sabor asqueroso pero tampoco me despiertan una pasión. Las saboreo más que a cualquier otro alimento conocido. Siento la carne como elástica y me da un poco de impresión.
Ya de vuelta en Villa Gesell y siendo anfitriona, por un día, de otra amiga que viene de visita, vamos a dar una vuelta al centro y entramos a un pub que tiene bastante onda. Nos sentamos en la terraza. Hay un poquito de viento, pero es más cómodo estar sentadas en el sillón, que en unos pufs, un tanto duros. Pedimos una picada de ¨frutos del bosque y del mar¨ y una cerveza artesanal muy deliciosa. No pensaba comer nada de lo marítimo pero pruebo. Cornalitos. Cuando era muy chiquita me acuerdo que mi mamá los preparaba, acá mismo, en la villa y que me encantaban. Pero después no sé qué me pasó, que no quise comerlos más. Quizá fue el deshabito. Los pruebo pensando que quizá me pueden volver a gustar, pero no. Le pregunto al mozo qué contienen las cazuelitas. Y pruebo ceviche y milagrosamente me encanta. Pruebo camarones y langostinos y me gustan también. No así los calamares. Finalmente termino comiendo unos bastoncitos de mozzarella, una albondiguita marroquí y una empanada china. Y sigo con la cerveza, que me provoca decir algunas tonterías por la calle. Otras risas.

Mar del Plata



Día 7


Unos amigos que están en Mar del Plata me invitan a pasar unos días. Ni bien despido a mi hermano y su familia, me preparo el bolso y camino a la terminal de Villa Gesell. Llego a la ventanilla y le pido un pasaje para salir en ese momento. El micro sale en diez minutos. Disfruto enormemente de no tener nada planificado y dejarse llevar por lo que va pasando. Dejar fluir. No sé por qué, rompo esa sensación comprando el boleto de regreso.
Llego a Mar del Plata. Los únicos recuerdos que tengo de la ciudad son de cuando era chica y en los días nublados íbamos a comprar pulóveres. Y recuerdo el fastidio con el que caminaba. Fastidio supongo porque me aburría. Pero ahora, claro, es diferente no hay ni una gota de aburrimiento, más bien todo lo contrario. Tengo ganas de conocer. Me da la bienvenida el mar a un costado. Ya no llueve, está nublado y hay solcito.
Mis amigos me buscan en una esquina donde para el micro y vamos al departamento. Después de un almuerzo reparador salimos a dar una vuelta. Y caminamos desde La Perla hasta Playa Grande por la rambla que está debajo. Me siento bien. Compramos pochoclos en un puesto en la calle pero están feos. No tienen rico gusto. Seguimos andando y me cuentan que no puedo irme de la ciudad sin comer churros en Manolo. Así que la cita es obligada con cafecito incluido. Me siento muy bien. Volvemos caminando por el barrio de Los Troncos. Hermosas casas, que me recuerdan alguna parte de la infancia. Llegamos a un centro comercial y damos unas vueltas. Después toca decidir qué hacemos a la noche. Mi amiga hace dos propuestas y yo digo que prefiero comer algo en el departamento y después salir a tomar algo en algún bar. Eso es lo que pretendemos hacer. Cenamos. Tomamos cerveza. Y quizá sea eso, o la caminata o la levantada temprano a las nueve de la mañana. El punto es que me muero de sueño y pido no salir. Nos dormimos.
A la mañana siguiente un nuevo plan. Ir a visitar el Puerto. Y hacia allá vamos en coche. En el auto escuchamos a Kevin Johansen y cuadraditos de luces se apoderan del techo. Los reflejos del sol en una bola espejada. Es lindo ver cómo se mueven las luces siempre para el mismo lado.
Llegamos. No hay olor a pescado. Miramos los barcos detenidos. Y a los pescadores en su trabajo diario. Y pensamos que loco es todo, que a nosotros nos parece ajeno y nos da la pasión de observar con los ojos de espectadores. Pero para ellos es su pura cotidianeidad. En uno de los barcos, el que parece el más suculento, comienzan a bajar los canastos con distintos tipos de pescados. Algunos más comunes que otros. Hasta que destapan un sector y tres tiburones yacen con los dientes filosos ensangrentados. Los sacan del barco y los dejan unos momentos en el suelo. Y los observo tan débiles, tan frágiles…

Desvelada y Aterrizaje forzoso

Día 3: Desvelada.

Me despierto a las 5 de la mañana. Doy vueltas y vueltas en la cama. Quiero seguir durmiendo pero no puedo. Tengo calor. Hay otros ronquidos, familiares, pero a los que no estoy acostumbrada. No puedo seguir durmiendo. Y me levanto. Busco la computadora y pienso que es el momento de escribir. Estoy escuchando a Drexler otra vez. Y escribo estas crónicas.

Brilla noctiluca… Un punto en el mar oscuro donde la luz se acurruca…

Día 4: Aterrizaje forzoso

La tarde. Intento dormir un rato. Mi cama es la de arriba de la cucheta. Tengo un banquito para subir. Apoyo el pie izquierdo y con la mano derecha me agarro del colchón para pegar el salto. Pero el banquito pierde estabilidad. Cae. Me suelta el colchón. Caigo hacia atrás. Ya no puedo sostenerme de nada. De espaldas termino en el suelo. Despatarrada. Y las risas de mis sobrinos invaden la habitación. Yo me sonrío. Cae el palo del secador de piso que estaba apoyado en la pared, y que se ve también pierde la estabilidad. Cataplum. Muchas más risas.

Sobrinos

Día 2
Desayuno en familia. Mis sobrinos me piden ¨¿jugamos tía?¨ y respondo con alegría, que sí, que a qué quieren jugar. Y vienen las cartas, los juegos de palabras, las muñecas, las cartas otra vez. Les presto un rato la computadora portátil que traje. Me compré un módem móvil que se supone tiene alcance y que me va a permitir hacer tantas cosas. Pero a la tarde lo pruebo y no hay conexión. Nada. A la noche vamos hacia el centro y el local de la compañía es de venta de aparatos, y ya de por sí la chica que me atiende me dice: no podes abrir la computadora en el mostrador, es casi como que te digan ¨no te podemos ayudar¨. Pruebo la conexión en la mesa de afuera, la que dice: exclusiva para clientes. Pero tampoco logro conectarme. Canta Drexler ¨ y la noche cae por su propio peso¨.
Mis sobrinos quieren ir a correr en cuatriciclos y en karting, y vamos todos hacia un circuito. Ella es rápida y veloz en el cuatri. Se empeña en ser primera y en no dejar pasar a nadie. Su hermano se acerca y le dice ¨tijera¨, y ella se cruza y se adelanta alcanzando ese aparente primer lugar. Él se sube a los otros cuatriciclos, los que son para nenes de su edad. Tiene 10 años y los acaba de cumplir en la playa. Pienso que no le traje el regalo. Después se sube al karting con su papá. Corren los dos en la pista. Y se divierten. Vueltas y más vueltas.
Vamos volviendo. Y camino al auto, por la calle me pasa finito un auto azul. Tan finito y tan cerca que con la mano lo toco y se le dobla el espejo. Le grito pero la conductora parece no verme o no repara en que me pudo haber dañado de verdad. Y pienso, ¿no me vio? O ¿pensó que no pasaba nada? Me tensiono y la espalda me duele. Y pienso en la computadora, en el módem y en cómo van a ser las vacaciones sin este ¨plan magistral¨ que me iba a acompañar en los espacios de no-playa. En los momentos de querer charlar con alguien y no poder. Y pienso que ¨antes no existían todas estas tecnologías¨ y que la pasaba bien. Y me empiezo a relajar, a buscar otras alternativas. Ya estoy en la playa… Estoy de vacaciones… Tengo libros de sobra. Traje un trabajo para hacer del jardín, un trabajo de ¨pensar´. Y la computadora, que a pesar de no tener internet para usar desde el departamento tiene algunos cuentos que no terminé de escribir. En el micro a la ida, mientras el señor ronca, pienso en escribir esta experiencia en el blog. Compartir el día a día, sin que resulte un diario íntimo, tratando de encontrarme en el humor y en el placer de compartir la escritura. Veremos que sale…

El viaje (Vacaciones 2011)






Día 1

Jueves en la noche. Estación de buses de Retiro. Llego con suficiente tiempo para esperar la partida del micro (bus) hacia Villa Gesell. Tiempo que transcurre de una manera tranquila, sin ansiedad de mi parte. Es que el punto de llegada no me representa ninguna preocupación como en otras oportunidades viajar a un lugar desconocido.
Villa Gesell tiene la seguridad de ser como la segunda o tercera casa. Acá veníamos con mi familia a pasar las vacaciones. Desde que era muy pequeña, desde aquellos tiempos en los que apenas hablaba y caminaba. Quizá mis primeras zambullidas hayan empezado en estas aguas. Los juegos en la arena, los castillos, los pozos que se cavan y cavan en busca de agua, o simplemente en busca de algún país remoto, en busca de algún tesoro. Sí jugué por estas playas, sí jugué por estos bosques, por estas calles.
Llega el micro y me subo. Viajo sola. Comparto el asiento con un señor alto y grande. Llega y me dice: ¨viajamos juntos¨. Me levanto y espero que acomode sus cosas. Espero bastante hasta que me siento nuevamente. El silencio me incomoda y después de un rato le pregunto hacia donde viaja. El señor me mira como sorprendido. No sé sorprendido de qué… pero me contesta: a Pinamar. Y sigue leyendo. Un rato después de leer se queda dormido. Viajamos de noche y después de un día largo espero con ansias ese momento para cerrar un rato los ojos. Relajar el cuerpo. Pero parece que no es el día de dormir. Comienzan los ronquidos. Y pienso ¿de todo el micro me tiene que tocar a mí el compañero que ronca? No escucho a nadie más. Sólo a mi compañero que parece que acaba de comprar un aserradero y tiene mucho trabajo atrasado. Rápidamente saco un mp3 y a todo volumen, lo más que puedo para tapar los ronquidos escucho algunas canciones de Drexler. Canta Jorge ¨amar la trama más que el desenlace¨ y me quedo pensando en esa frase.
Llegamos a la terminal de Villa Gesell. Son las 5 de la mañana. Llueve. Arrastro la valija hasta el único taxi que espera en la puerta. Y lo tomo. Se baja una mujer y me ayuda a subir la valija al baúl. Me pide la dirección. Es a unas diez cuadras. Nomás me siento y enciende la música a todo trapo e impide que le haga alguna pregunta. Le digo donde doblar y cuando estaciona el auto. Me dice 10 (pesos). Busco el dinero antes de bajarme y ella baja del coche y antes que encuentre los 10 pesos, ya sacó la valija y la dejó apoyada en el suelo y vuelve a sentarse. Vuelve quizá a seguir trabajando. Respiro profundo y con alegría arrastro la valija por la entrada al departamento. Un perro me ladra. Es del portero. Creo que no lo conozco. Pero ladra y no se me acerca. Y pensar que pasaron perritos por este lugar. Y me acuerdo de ¨Amiga¨, una perra de color marrón, de raza indefinida, que supo acompañar varios años de mi infancia. O quizá de un perro ¨policía¨ al que llamaban ´Chiquito¨, que en sus primeros años chumbaba y gruñía tanto que parecía que iba a comerme. Pero quién sabe qué le pasó un día para hacerse ¨más bueno¨, o para ¨ dejarse querer por estos que llegaban una vez en el año¨. Porque después cuidaba siempre nuestra puerta, después de darle un poco de comida y algunos mimos.
 
Llegar al departamento y en la puerta no me espera ningún perro guardián. Entrar en silencio para no despertar a nadie. Esta parte de las vacaciones son de ¨compartir¨. Son los últimos días de mi hermano y su familia.