6 de febrero de 2010

La place de la emoción



Es mi tercer día en París. Día libre. Tengo tanto por ver que no sé por dónde empezar.
Lo primero ahora es el Arco de Triunfo. En el hotel doy algunas vueltas. Me pongo el vestido violeta que tanto me gusta y unas zapatillas cómodas pero en cuanto bajo a la puerta del hotel y comienzo a caminar la primera cuadra siento un poco de frío. Miro el cielo y está bastante nublado. Doy media vuelta hacia el hotel. Cruzo el lobby hasta el ascensor. Camino por el pasillo y en la habitación vuelvo a cambiarme. Ahora elijo un jean, una remera y un saquito liviano. En la mochila hay espacio para guardar el saco por si después hace calor.
Cuando llego al Arco le pido a una chica me saque una foto. No sé por dónde se cruza la calle y pienso que debe ser en la otra esquina, y así doy toda la vuelta al monumento. Vuelvo al punto de partida y cruzo por debajo. Justo cuando estoy decidiendo si vale la pena subir o no, se larga a llover. Vuelvo a cruzar hacia el otro lado y mientras estoy mirando hacia donde ir escucho una voz familiar. Primero alguien que habla en castellano y después el tono inconfundible de Mario Pergolini. Está con su familia y como no soy nada cholula, ni siquiera me acerco.
Llueve fuerte y como ¨Olivia¨ prefiero ir al museo. En París hay muchos museos pero el más importante es el Louvre y hacia allá voy. Entro por la pirámide de cristal hacia abajo. Ticket en mano no sé para dónde ir primero. Este museo es demasiado grande. Dejo la mochila en el guardarropa y me quedo sólo con lo más importante: la cámara de fotos, los euros, el pasaporte y el celular que me prestó mi cuñada. El suyo tenía alcance en Europa. Aunque en París me costó un tiempo encontrar dónde enchufarlo, ya que los enchufes no calzaban. Pero como el que busca encuentra lo hallé en el secador de pelo del baño que tenía unos agujeritos de 220 w para la afeitadora.
En el museo tengo un mapa y qué necesario es, porque es más que un laberinto. Comienzo a caminar y todo el trayecto me lleva a la Gioconda. Antes encuentro objetos milenarios: utensilios de los primeros o segundos habitantes de este mundo, escudos, armaduras, relojes, porcelana. Llego hasta los aposentos de Napoleón. Los salones inmensos donde almorzaban, cenaban. Todo es increíble. Camino y miro y así estoy por gran parte del museo, o quizá no tanto. Es imposible abarcarlo todo. Cuando al fin llego a la obra de Da Vinci hay una muralla humana con sus cámaras de fotos. Zigzageo entre la gente y llego lo más adelante que puedo y tomo dos fotos. Salen más o menos, pero me quedo conforme. Camino un poco más ya casi sin rumbo. Cuando tomo la decisión de salir, son casi las tres de la tarde, me toma bastante tiempo encontrar la salida. Paso por el subsuelo donde se encuentra el antiguo Egipto. Es hermoso e interesante pero ya estoy muy cansada de ver y me duele la cabeza que miro todo muy por encima. Y realmente me costó encontrar la salida. Una vez afuera busco algo para almorzar. Me compro una promo: una porción de tarta, una gaseosa y un cuadrado de chocolate por unos pocos euros.
Vuelvo a los jardines del museo. Ahora salió el sol. Me sorprende encontrar tanta belleza al alcance de mis manos. Hay unas sillas verdes por todo el predio. Entonces busco un lugar bajo la arboleda y me siento a almorzar. Y casualmente llega un hombre de traje y portafolio y se sienta a unos pasos. Después de almorzar me cambio de lugar porque se corrió la sombra y el hombre se levanta y se acerca a hablarme. Unas palabras en francés y mi aclaración de qué yo no lo hablo. Pero él si sabe inglés así que conversamos. Está decidido a convencerme de algo y dice que las ¨argentinas son muy amigables¨. Pero se vuelve un poco insistente y pesado con ese discurso y rápidamente entiendo a dónde quiere llegar. Le digo hasta luego y se va caminando.
Me levanto y camino hacia la Place de la Concorde. Otra vez los veo a Pergolini y familia decidiendo a dónde ir. Me sonrío y sigo de largo. Miro el mapa y descubro que a la izquierda está la iglesia de la Madelaine. Mis padres y mi cuñada me hablaron de ella y sé que es otro lugar para conocer. Cuando llego leo un cartel en la puerta sobre conciertos de verano pero no imagino que al cruzar el umbral voy a escucharlo en vivo. Es un coro. Están vestidos con ropa tradicional y me parece que no cantan en francés. No sé por qué pienso que son albaneses o de por ahí. Me siento en un banco y me relajo a escuchar. No puedo creer en mi suerte. Tengo piel de gallina y algunas lágrimas viajando conmigo. Disfruto el tiempo que dura el canto, aunque ya está por acabar. La decoración de la iglesia es bastante moderna, por decirlo de alguna manera. Parece que se exhibe una muestra de arte. Objetos compuestos por botellas de plástico componen una extraña mezcla. Salgo de la iglesia y camino por las calles y vuelta por aquí y por allá llego a las Galerías Lafayette. Entro y como hay liquidaciones es un mundo de gente. Rápidamente busco la salida.
Tomo el metro y camino y pregunto y llego a Notre Dame. En las callecitas entro a los negocios de souvenirs y miro los recuerdos que quizá pueda comprar para Buenos Aires. Hoy es día de emociones y al entrar a la iglesia gótica y no más levantar la vista hacia los vitrales la piel vuelve a cargarse de sentido. Agradezco enormemente estar donde estoy, paseando y teniendo esta oportunidad de vivir los monumentos de los libros en persona. Es hora de misa y me siento dentro de alguna película de misterio. Trato de filmar y sacar fotos pero la única imagen es la que se guarda en la vivencia.
Es mi último día en París de esta parte del tour, después al finalizar tengo dos noches más. Pero no quiero dejar nada para último momento. Como estoy cerca de los jardines de Luxemburgo tomo el metro y camino bastante hasta encontrarlos. Y otra vez me envuelve esa sensación increíble de cuidado hacia los palacios heredados. Los parisinos salen a hacer deporte por estos lugares mágicos. Para ellos son de todos los días y quizá no les parezca nada extraño disfrutarlos. Lo cotidiano se vuelve natural y por eso pierde el halo de inalcanzable.

4 de febrero de 2010

cómo dejar comentarios...

Dado que algunos lectores me comentaron lo complicado de subir un mensaje les cuento cómo se puede hacer....
Después de la lectura y si tenes unas ganas tremendas de contarme qué te pareció, qué sentiste o si querés hacer alguna sugerencia...
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A mí me parece que cualquiera de las dos opciones 2 y 3 son de las más fáciles para la publicación de comentarios. No tendría que ir mal... y si no es que bueno, todavía no sé bien cómo se usan estas cosas... Seguiré investigando.
abrazos a todos
Gaby

1 de febrero de 2010

Montmartre y las propuestas




Cuando bajamos al pie de la colina de Montmartre nos ponemos de acuerdo para reencontrarnos con la guía luego de la visita de tiempo libre. Previamente pasamos, siempre arriba del bus, por el Moulin Rouge. Ni tiempo tuve para sacar aunque sea la foto de rutina. Algunos compañeros del grupo contrataron la cena en el Molino. Por 105 monedas yo no lo hice.
La zona roja no es muy bella para andar de noche sola. Así que intento no perderme. De todas maneras subimos todos en grupo por la explanada. La guía nos cuenta que una abuela subió de lo más pancha. Dice que es más rápido así, ya que las filas en el funicular son demasiado largas. Una vez arriba nos aconsejan mirar y resguardar nuestras pertenencias, ya que hay muchos carteristas de los más ¨oportunos.¨ Hacemos una pequeña recorrida con el grupo y después cada uno sigue por su cuenta. Nos recomienda comer crepes. Yo estoy con los brasileros otra vez. En Versailles los había perdido y luego no llegaron al bus a tiempo por lo que tuvieron que volver en Metro. Ellos me cuidan y me invitan a comer en un restó pero yo no quiero sentarme a comer cuando es momento de conocer. Entonces les digo ¨hasta luego¨ y me voy al Sacré Coeur. Me encanta. Camino por las callecitas y en una esquina me detengo a escribir un mensaje de texto a Buenos Aires. Mientras que lo escribo escucho que un hombre me dice: C´est fantastique. Levanto la cabeza y ahí lo tengo. Intento conversar pero yo no sé francés y él no habla ni español, ni inglés. Creo que me pregunta si soy italiana pero yo le entiendo si hablo italiano. Y le digo que si. Pero creo que él tampoco sabe hablarlo. Me pregunta si estoy casada. Y le digo que no. Y ahí no más suelta su propuesta: se quiere casar conmigo en ese momento. ¡¡Ja!! Me halaga pero no puedo casarme ahora. Así que nos despedimos. En el ¨ Sagrado Corazón¨ hay un clima muy lindo. Música en las escaleras. Un hombre toca la guitarra con un amplificador y mucha gente joven dando vueltas. Al pie de la basílica, un duo de guitarra y violonchelo. Me siento por ahí cerca e intento continuar con el mensaje de texto. Y mientras escribo pasan unos chicos y uno de ellos, el más alto, se acerca y me pregunta algo en francés y le digo que no sé hablar. Entonces se acerca aún más y me pregunta en inglés de dónde soy y le cuento que vengo de Argentina y me cuenta que él es de Brasil. Se sienta y conversamos un poco. Le extraña verme sola, que viaje sola. Me saluda y me tira buenas ondas. Entonces luego de terminar de escribir el mensaje es hora de bajar y reencontrarme con el resto del grupo. Cuando bajo por las escaleras, ya que la parte de la explanada está cerrada, me topo con un africano que quiere venderme una pulserita. Estoy de tan buen humor y tengo ganas de la pulserita que me quedo. Entonces me dice que si no me gusta que no la compre pero es obvio que después la compraré. Me dice que pida un deseo y luego la ata en mi mano derecha. Es simpático y me cuenta que estudia en la universidad en Sudáfrica y que viene a trabajar en el verano a París. O eso es lo que deduzco. Pactamos un precio. Me pide que recuerde su nombre. Mems.